jueves, 28 de marzo de 2013

El falso profeta


Dirigióse el falso Maestro, seguido de algunos incautos discípulos, al pueblo más próximo. Una vez en la panadería, el falso Maestro pidió una barrita de pan… ” ¡ Paga!”, ordenó perentorio al discípulo más próximo a él. Este pagó sin rechistar. Una vez en la calle, una turba comenzó a seguirles. “¡Maestro!” –exclamó con voz triunfante un paralítico de aspecto andrajoso y desnutrido— .! Una palabra, una sola palabra y..!. El falso Maestro no pronunció palabra alguna y apartó hacia un lado al inoportuno. La turba se sintió defraudada y empezó a lanzar piedras y guijarros al falso Maestro y sus discípulos, que con las túnicas levantadas hasta las rodillas corrieron cuesta abajo, alejándose del pueblo… Jadeantes y sedientos llegaron hasta un pozo donde una campesina de sano aspecto y atractivo rostro llenaba su cántaro de agua fresca… “¡Dame de beber!” –exclamó el falso Maestro–. Como quiera que la campesina se resistiera, el falso Maestro le arrebató el cántaro por la fuerza al mismo tiempo que ordenaba: “¡Ultrajadla, violadla!”. Una vez cumplida su misión, el falso Maestro y los discípulos llegaron a orillas de un lago. Propinaron una tremenda paliza a un pescador que se negó a prestarles su embarcación y montaron en ella. Una vez mar adentro se desató una terrible tormenta. “¡Maestro, sálvanos, que perecemos!”, gritaron los discípulos ante las encrespadas olas, los vaivenes y bandazos de la embarcación… “iY quién os ha dicho que yo sea el Maestro?”, gritó el individuo con voz de trueno. Minutos más tarde zozobró la embarcación y perecieron todos sus ocupantes ahogados. Uno de los discípulos tuvo fuerzas, ánimo y valor, antes de ahogarse, para exclamar: “¡Ánimo, Maestro, unos pasitos…!”.
Alonso Ibarrola