- ¿Eres parte de algún grupo satánico que profana cuerpos? ¡Habla! -le preguntó uno de los detectives a Aníbal, apoyó las manos en la mesa y lo quedó mirando fijamente. Aníbal estaba sentado, tenía los codos sobre la mesa y la cabeza entre las palmas.
- ¡Ya les dije que no hice nada, que no soy ningún loco! Lo que les conté es verdad.
- A ver, sigues con ese cuento de terror, con esa historia de vampiros que inventaste. ¿Crees que somos tontos?
- ¿¡Otra vez!? No lo inventé. Les conté tal cual sucedió.
- ¡Ah sí! Pues cuéntala de nuevo. Tal vez nos termines convenciendo, ¿verdad muchachos? -dijo el detective con tono sarcástico al mirar a los dos oficiales que estaban en la sala; y éstos ensayaron una risita burlona.
- Les contaré de nuevo. Por más veces que me hagan repetirla mi historia no cambiará, porque es verdad. Me llamaron de la funeraria por la noche: tenía que transportar a un fallecido hasta un pueblo lejano. Tomé un camino rural. Por largo rato no cruzó nadie por mí. En un punto del camino, una camioneta que estaba estacionada comenzó a seguirme. En una recta les hice señas para que se adelantaran, porque yo iba bastante lento, mas siguieron detrás de mí.
Alcancé a saltar del asiento cuando escuché ruidos que venían de atrás, de donde estaba el ataúd. Me detuve y escuché; era claro que el ruido venía desde el interior del ataúd. ¡Alguien que dieron por muerto y no lo está! Pensé. Aunque me asustaba la idea de abrirlo, no podía ignorar aquello. Detuve el coche, bajé y fui hasta la parte de atrás. Vi que la camioneta también se detuvo, apagaron las luces y quedaron en la oscuridad. No le di importancia, ya me estaba anticipando al momento de abrir el cajón, aunque no imaginé que fuera tan aterrador. Cuando abrí la tapa, el que estaba adentro, un hombre joven, medio calvo, abrió los ojos y me miró. Tenía las vistas coloradas, llenas de pequeños derrames, y cuando empezó a separar los labios y asomaron unos colmillos, los ojos se le pusieron todavía más rojos. Retrocedí con cautela, temiendo que saltara sobre mí en cualquier momento; los ojos rojos me siguieron. Al intentar salir del vehículo casi choco con alguien mucho más espantoso que el del ataúd. Tenía cabeza de murciélago y empezó a rechinar los dientes. Alcancé a ver que me lanzó un manotazo, y caí inconsciente por el golpe, y así me encontraron -concluyó Aníbal.
- Si su historia es cierta, ¿por qué los vampiros no lo mataron? -insistió el detective.
- No lo sé. Tal vez supusieron que nadie me iba a creer, y que me iban a culpar por la desaparición del cuerpo, cosa que están haciendo ahora. Tal vez mantienen un perfil bajo, y así andan entre nosotros.
El detective sonrió al escuchar aquello, y dejó ver levemente sus colmillos.
- ¡Ya les dije que no hice nada, que no soy ningún loco! Lo que les conté es verdad.
- A ver, sigues con ese cuento de terror, con esa historia de vampiros que inventaste. ¿Crees que somos tontos?
- ¿¡Otra vez!? No lo inventé. Les conté tal cual sucedió.
- ¡Ah sí! Pues cuéntala de nuevo. Tal vez nos termines convenciendo, ¿verdad muchachos? -dijo el detective con tono sarcástico al mirar a los dos oficiales que estaban en la sala; y éstos ensayaron una risita burlona.
- Les contaré de nuevo. Por más veces que me hagan repetirla mi historia no cambiará, porque es verdad. Me llamaron de la funeraria por la noche: tenía que transportar a un fallecido hasta un pueblo lejano. Tomé un camino rural. Por largo rato no cruzó nadie por mí. En un punto del camino, una camioneta que estaba estacionada comenzó a seguirme. En una recta les hice señas para que se adelantaran, porque yo iba bastante lento, mas siguieron detrás de mí.
Alcancé a saltar del asiento cuando escuché ruidos que venían de atrás, de donde estaba el ataúd. Me detuve y escuché; era claro que el ruido venía desde el interior del ataúd. ¡Alguien que dieron por muerto y no lo está! Pensé. Aunque me asustaba la idea de abrirlo, no podía ignorar aquello. Detuve el coche, bajé y fui hasta la parte de atrás. Vi que la camioneta también se detuvo, apagaron las luces y quedaron en la oscuridad. No le di importancia, ya me estaba anticipando al momento de abrir el cajón, aunque no imaginé que fuera tan aterrador. Cuando abrí la tapa, el que estaba adentro, un hombre joven, medio calvo, abrió los ojos y me miró. Tenía las vistas coloradas, llenas de pequeños derrames, y cuando empezó a separar los labios y asomaron unos colmillos, los ojos se le pusieron todavía más rojos. Retrocedí con cautela, temiendo que saltara sobre mí en cualquier momento; los ojos rojos me siguieron. Al intentar salir del vehículo casi choco con alguien mucho más espantoso que el del ataúd. Tenía cabeza de murciélago y empezó a rechinar los dientes. Alcancé a ver que me lanzó un manotazo, y caí inconsciente por el golpe, y así me encontraron -concluyó Aníbal.
- Si su historia es cierta, ¿por qué los vampiros no lo mataron? -insistió el detective.
- No lo sé. Tal vez supusieron que nadie me iba a creer, y que me iban a culpar por la desaparición del cuerpo, cosa que están haciendo ahora. Tal vez mantienen un perfil bajo, y así andan entre nosotros.
El detective sonrió al escuchar aquello, y dejó ver levemente sus colmillos.
(Jorge Leal)